Por Taís Kuri– Es el misterio de sus calles y el ambiente cargado de magia lo que caracteriza al pueblo de Tepoztlán, perteneciente al estado de Morelos.

Es eso y muchas más percepciones y sentimientos: es perderse entre los recovecos de sus piedras, es contemplar el paisaje y dejarse llevar por las costumbres de su gente, de su reconocida gastronomía y de la afamada artesanía que allí se puede adquirir.

Visitar Tepoztlán es todo un deleite para los sentidos, pero, si bien podemos disfrutarlo desde un punto de vista más turístico, también podemos hacerlo desde un punto de vista más personal, el que deja al espíritu conectarse con todas las energías que confluyen allí para abrir diálogos con uno mismo y encontrar la paz o las respuestas que a veces necesitamos.

Mi experiencia bajo estos dos puntos de vista me cuentan lo siguiente:

La primera vez que visité esta bella localidad lo hice bajo el enfoque aventurero de un turista. Recorrí todas sus empedradas calles, husmeé en la gran cantidad de puestos comerciales, compré artesanías, me perdí en su mercado laberíntico, probé las afamadas tepoz-nieves, calmé el hambre con los deliciosos tacos de cecina y mi paladar se deleitó con el cremoso sabor de sus licores.

No aún contenta con la experiencia, devoré todos los kilómetros necesarios para subir a la pirámide del majestuoso Tepozteco, contemplé el paisaje una y otra vez, tomé aire y descendí recargada de toda la energía que este enigmático lugar emite. Me interesé por todos los rituales esotéricos habidos y por haber y pensé en regalarme uno. Tomé fotos y platiqué con los vecinos del pueblo, que me contaron un sinfín de historietas de la zona. Me sentí turísticamente arropada, satisfecha y embriagada por la maravilla de un entorno pintoresco, amigable y en constante ebullición.

La segunda y la tercera vez fueron parecidas: visitas con amigos, degustaciones de nuevos alimentos y bebidas, adquisición de nuevos productos y expediciones a otros enclaves naturales de incomparable belleza.

Tepoztlán es inagotable.

Quien siente una fuerte conexión con este pueblo se da cuenta -tarde o temprano- que tiene que dar un paso más allá en esta sinergia, en esta especie de relación sentimental, de ahí que la última vez que lo visité probé la segunda experiencia, la introspectiva: llegué a Tepoztlán y no hice nada.

Una casa, unos amigos, nada planeado, todo un fin de semana por delante y la sobriedad del Tepozteco ante nuestra mirada. Decidí abrirle la puerta a mi interior y dejar que la energía del lugar entrara, que se crearan lazos de comunicación y que todo los elementos de ese momento fluyéramos en sintonía.

Muchos pueden pensar que este plan se puede experimentar en cualquier lugar -y es verdad-, pero cuando el lugar encierra un encanto y una magia especial que te marcan, la catarsis de tu mente y tu espíritu es muy diferente al de otro lugar visitado.

Oler a tierra mojada y ver correr las nubes entre los picos de sus cerros dejan de ser percepciones para convertirse en sensaciones. Relajarse y tomar alguna bebida no es solo maravillarse con la exuberante vegetación del lugar, es meditar, es conocerse más, es dejar los miedos del momento a un lado, es poder acariciarse a uno mismo es, simplemente, dejarse ser.

Desde aquí mi invitación a todos aquellos que ya sienten esa interesante conexión con Tepoztlán, a que vayan y que no hagan nada… el lugar hará el resto.